Adopta y descubre la Felicidad con patas
Unos gatitos y gatita estaban viviendo medio silvestres en una casa de campo de veraneo, con sus mamis y hermanitos. Cuando un mal resfriado empezó a extenderse entre los cachorros, los humanos -que pasaban regularmente a verles y ponerles comida y agua- decidieron que tenían que intervenir antes de que fuera tarde. En vez de mirar hacia otro lado, invirtieron su tiempo y esfuerzo en prepararles una casa de acogida, llevarles el tratamiento prescrito por el vete, y sacarlos adelante. Ahora estos pequeños están preparados para tener un mucho mejor futuro, bajo un techo, bien alimentados, y con mucho cariño y amor.
Ésta es su historia, y la vuestra.
Un día, una gata tricolor entró en una parcela de la región de Alicante y dio a luz a una bella camada. Los humanos que iban a esa casa de campo de vez en cuando -en vacaciones y fines de semana-, decidieron empezar a ponerle algo de comida y agua para que ella y sus cachorros crecieran fuertes y sanos. Así, Adela la Abuela se convirtió en la Gran Matriarca gatuna.
Adela tuvo a dos gatas muy bonitas: Gatita y Marmolita, quienes a su vez engendraron a otras como Bollito, Angua, Agente, Visita, Cejitas, Ojazos, Mascarey, Bocadillo y otros cuantos más. Entre sus descendientes, los gatos machos, al crecer, solían marcharse en busca de otros territorios; y las hembras entraban y salían para cazar y hacer sus excursiones. También ellas volvían a esa finca y sus inmediaciones para dar a luz a sus pequeños. Durante mucho tiempo los humanos allí presentes pensaron que ellos se gestionarían y se las apañarían bien solos. Tardaron unos tres años en darse cuenta de que aquello se estaba convirtiendo en una colonia espontánea.
Estas personas estaban seguras de que los gatos eran sabios y se las apañaban bien por su cuenta; y que los que no salían adelante era porque… bueno, así es la Naturaleza. Y, aunque estaban en lo cierto en esa segunda parte, también eran cada día más conscientes de que las terceras y cuartas generaciones de gatos ya no sabían cazar tan bien ni se alejaban de los cuencos de comida y agua; y que habían dejado de ser gatos salvajes para ser unos adorables inquilinos silvestres que se dormían sobre las toallas que ponían a secar, les visitaban maullando cuando hacían barbacoa y, en general, elegían estar cerca de la compañía humana siempre que ésta estaba en casa, aunque no se dejaran tocar. Se formó un vínculo fuerte…
Entonces, un verano, el mantra de «ellos se gestionan solos» dejó de ser válido. Varios acontecimientos en 2019 les hicieron cambiar de opinión.
La Gran Matriarca y Abuela, Adela. Adela es la única adulta que se deja tocar y busca mimitos. Es buena con los humanos pero a los gatos que no quiere en su terreno los corre a cantazos.
En primer lugar, durante una visita en junio, los humanos descubrieron a un cachorro de gato de menos de un mes en su porche totalmente desnutrido, con los ojos infectados y lleno de moscas, maullando cerca de sus pies pidiendo ayuda. La madre no lo había abandonado, pero el resfriado de la gatita -porque resultó ser hembra- era tan fuerte que apenas podía oler ni encontrar la teta para mamar, así que estaba en tiempo de descuento en su vida. Los humanos discutieron. «No la vas a separar de la madre», dijo uno. «Si no intervenimos ahora morirá», insistió otro. Y, finalmente, envolvieron a la pequeña en una toalla, la metieron en una cajita de cartón y la llevaron al veterinario más cercano. Y así fue como conocieron a Tao.
Tao era fuerte y muy positiva. Tras una semana estaba muy recuperada y feliz, buscaba los mimos y era sin duda una superviviente. Como no podía seguir hospitalizada para siempre, los humanos recordaron que tenían un anciano piso en venta, para reformar, cerca de donde sí vivían habitualmente. Y así, llevaron a la pequeña Tao a ese lugar, para poder seguir con su tratamiento y cuidados. Al poco tiempo se libró de su resfriado y uno de sus ojos se recuperó al completo. El otro no corrió la misma suerte al empezar a hincharse y, aunque era muy pequeña, Tao tuvo que ser operada para convertirse en una valiente y adorable pirata.
Así, Tao pasó a ser la primera pequeña rescatada y residente en ese espacio de acogida. Poco después, se convirtió en la hermana menor de Luna, la bella siamesa de dos de los humanos implicados.
Gracias a Tao, los humanos se convencieron de que a veces era necesario intervenir.
Por eso, cuando en verano estuvieron en la casa de campo unas semanas y descubrieron que otros cachorros tenían también los ojos infectados, los acostumbraron a dejarse tocar, les limpiaron y les fueron curando y dando tratamiento. Y esos dos preciosos cachorros negros quizá os suenen más… pues eran Kuropón y Kronos. Mas, por aquella época, también nacieron los cinco hermanos: Zarot, Jueves, Seras, Musa y Gris… y también apareció Cleo, desnutrido y solitario, quien pronto descubrió que los humanos que le intentaban cazar sólo querían darle de comer, y se hizo un gran amigo de ellos.
Otros eventos, no obstante, no fueron tan felices. Un día, yendo en coche a la casa de campo, los humanos descubrieron a Mascarey atropellada cerca de la casa, a pocos metros de una liebre que había muerto de la misma forma. Lloraron a Mascarey. Eran cosas que sucedían: los gatos a veces salían a cazar, y los coches pasaban; pero siguió siendo triste. Quizás -pensaron-, si no hubiera estando amamantando, o cuidando de sus crías, no hubiera sentido la misma necesidad. Quizás -deliberaron- estén reproduciéndose a un ritmo inapropiado. Quizás debamos empezar a ponerle freno.
De este modo los humanos decidieron que, a su ritmo y como pudieran, poco a poco irían capturando y esterilizando a las gatas, para que pudieran seguir viviendo allí sin pelear por los recursos y sin seguir trayendo más cachorros que pudieran tener problemas de salud.
Con esa determinación en mente, los humanos decidieron que, aunque fuera un sacrificio económico, de tiempo y de esfuerzo (y aunque cualquiera en su sano juicio preferiría dedicar todos esos recursos a viajar, ir al cine o darse sus caprichos) había vidas peludas muy importantes por las que valía la pena luchar, y que con poco que se les diera, eran capaces de convertirse en seres sanos, agradecidos y que ofrecían a todos una enorme felicidad.
Durante varios meses, la cosa fue muy bien: las hembras que se iban esterilizando salían reforzadas y más sanas, contentas y libres de sus instintos. Y los cachorros y las camadas del verano crecían contentos y juguetones.
Marmolita dando de mamar a los suyos y unos cuantos infiltrados (como Cleo).
Kuropón con su mami, Chusa, la primera esterilizada, y Kronos con su mami, Porcelanita.
Zarot durmiendo sobre Musa, resfriados y con conjuntivitis.
Zarot y Seras jugando, guapetones y sanos.
Sin embargo, llegó un fin de semana en que los humanos notaron que muchos de los gatitos que habían cuidado y mimado estaban estornudando y mocosos, que sus ojos volvían a estar inflamados, que no jugaban… Un mal resfriado se estaba extendiendo entre los cachorros, los más bajos de salud, y no parecían ser capaces de mejorar por su cuenta. Cogieron a Kuropón y Zarot, que eran los que peor estaban, y los llevaron al veterinario. «Necesitan tratamiento», dijo el doctor.
Los humanos volvieron, cabizbajos. Sabían que no podían seguir tratándolos en esa casa. ¡No vivían allí! Y además el frío acechaba y la higiene en el campo no era la deseable. «Hay una manera», pensaron algunos; y recordaron la casa donde Tao había salido adelante. «Pero, ¿no nos quejamos ya de que no tenemos tiempo para nada?», dijeron. «Esto es importante», resolvieron, finalmente. Y decidieron limpiar el piso viejo, coger varios transportines, y volver al campo. «¿A cuántos nos llevamos?» «Mínimo a esos dos pero veamos los que parecen resfriados…».
Terminaron por llevarse a los ocho gatitos aquí presentes que eran, básicamente, todos aquellos cachorros que se dejaban coger. Esa tarde, los ocho cachorros llegaron a la que se había convertido en su casa de acogida, y que los humanos decidieron apodar La Aldea Sana, o La Sana, para los amigos.
Ahora, los pequeños han avanzado bastante su tratamiento, están muchísimo mejor, juguetones, sanos y cada vez más grandes y fuertes. Han salido de peligro, pero no pueden pasarse la vida en un triste piso viejo: necesitan correr y jugar, y un hogar donde no les visiten sólo dos veces al día.
Estos gatos han tenido mucha suerte, y los humanos que los han salvado son conscientes de que las personas que los adopten tendrán todavía más suerte por poder convivir y crecer con unas criaturas tan buenas, adorables y ronronosas.